Con los ojos cerrados sin querer abrirlos,
totalmente entregada a mi nueva amiga la muerte.
Mis hombros cansados,
la respiración entrecortada,
casi ahogándome.
Presiono la mandíbula fuertemente provocando que mis dientes rechinen.
Mis manos frías se unen,
acariciándose, amándose, y despidiéndose.
Mis pies juegan, como siempre lo han hecho,
sin aprender nunca a comportarse.
Una brisa suave y fría roza mi piel húmeda.
Los vellos se encuentran erizados y los poros abiertos completamente.
Un silencio absoluto rodea el ambiente,
esperando la señal del desquite por mis males hechos.
Saboreo por última vez el dulzor de mis labios carnosos.
Desde lejos escucho el canto de un zorzal.
Mi curiosidad hace que entreabra los ojos y ahí están mis fusiladores,
más tensos y nerviosos que yo,
logro ver como corre el sudor por sus frentes.
Cierro mis parpados y suspiro fuertemente,
giro pausadamente el cuello,
siento mis cabellos oscuros acariciándome.
Un frío que viene desde mi interior inunda mi cuerpo.
Mi respiración es mas fuerte la puedo oír y contar.
Un grito de ¡Disparen!,
rompe todo mi ritual.
El ruido ensordecedor de las balas irrumpe.
Una a una o juntas fueron traspasando mi cuerpo.
No sentí dolor como esperaba.
Caigo lentamente al suelo,
como en cámara lenta.
Abro los ojos de par en par,
veo el cielo con una multitud de nubes que lo acompañan.
Un olor fuerte a pólvora se acerca acompañado de unos pasos nerviosos,
luego un crujido.
Todo se vuelve oscuro.
Me sumerjo en el sueño eterno.