jueves, 3 de febrero de 2011


Llego a casa, aburrida de la monotonía del trabajo y la rutina.

Recostada en el sillón comienzo a jugar, con algunos de mis cabellos suaves, oscuros ondulados.

Los giro lentamente entre mis manos delgadas y dedos largos, con su piel blanca tersa y mis uñas rosadas. Entran en un juego de seducción que me encanta. Se acarician y se entrelazan. Produciendo un cosquilleo que se refugia en mi sexo, que me es placentera. Muerdo mi boca roja, suavemente, haciendo durar más ese exquisito cosquilleo. Mi lengua saborea la carnosidad y dulzura de mis labios. Mis hermosas piernas se acarician suavemente y comienzan a mecerse; abriendo y cerrándose en un baile continuo. Mis manos se pasean sobre mi cuerpo. Tocando, estimulando, reconociendo, siento el calor de la sangre que corre por mis venas.

Mi respiración se agita, mi corazón acelera su marcha. Siento sus latidos. Mi cuerpo comienza a funcionar como una sinfonía magistral en clímax de la composición.

Busco un trozo de chocolate. Necesito tener algo dentro mí ser. Me alimento con desesperación. Lo hago parte de mí, siento su dulzura, su amargor, su textura, la suavidad, es delicioso. Su mezcla va bajando por mi cuerpo, que lo encuentra en un estado febril y húmedo.

El cosquilleo cada vez es más fuerte y el placer llega al estado sagrado.

Me deshago rendida.