domingo, 17 de abril de 2011

Ya nada resulta, nada es bueno, todo se fue al carajo.

Mis sueños, mis metas, todo lo perdí.

Ya no creo ni en Dios para poder orar e ir a una iglesia, donde me arrodillaría para pedir su ayuda.

Todo se ha vuelto oscuro, el silencio inunda mis oídos; la ceguera, mis ojos.

Camino sin pensar, el frío abruma mi cuerpo desgatado, cada vez más pesado.

Cansado de las desventuras y de las ilusiones tantas veces rotas.

La noche calló, acompañando mi pesar y mi soledad.

Mis pasos siguen uno tras otro, aún esperanzados, creo (ya no sé que es eso).

Me sumergí sin darme cuenta en el valle del abismo.

Agotada de tantos pasos, tomo asiento en la orilla del precipicio.

Mis pies comienzan a balancearse, recordando como tantas veces lo hice en la niñez. En donde no existía nada de la oscuridad que hay hoy. Me refugio en esos recuerdos, los juegos y la poderosa imaginación dormida de la infancia despierta.

La luna pálida y distante se alza a mi vista. Está unida a una larga cuerda formada por polvos de estrellas, que puedo alcanzar con mis dedos delgados.

La tomo y comienzo a tirar, no muy fuerte y tampoco rápido, más bien con un poco de temor de que se pueda cortar y desaparecer.

Con mis dudas ya disipadas, tiro muy fuerte aquella cuerda irreal.

La luna comienza a acercarse, para mi sorpresa, su color tenue desaparece.

Se proyecta con su mejor resplandor y ahí esta frente a mí con todo su misterio y elegancia.

Imágenes comienzan a proyectarse en su redondez, como si se tratara de un telón de cine. Son los propios recuerdos de mis caídas y desventuras. Están ahí también mis vueltas a colocarme de pie con una sonrisa de valentía que desconocía hasta ese momento. La luna me hace despertar e ilumina mi camino en tinieblas.

Miro a mí alrededor por primera vez después de la destrucción de mi pueblo (Miyagi). Ya no están los modernos edificios, las casas decidieron irse de vacaciones, los pequeños autos formaron una torre. Una nueva geografía va reconociendo mis ojos.

La naturaleza se hizo presente.

A mi lado, un número indeterminado de personas que no reconozco, pero que tienen el mismo rostro de pesadumbre que tenía yo antes de posar mi vista en la luna redonda. A todos ellos, la gran señora de la noche los viene acompañar. A dar claridad en la oscuridad, como lo hizo conmigo.

Las estrellas bailan al compás de un Shamisen que se escucha a lo lejos, su polvo cae. Las cuerdas irreales comienzan aparecer Los rostros cambian y el brillo de los ojos vuelve.

http://www.youtube.com/watch?v=w5rs7pfZuPs&feature=related